martes, 14 de mayo de 2013

La nueva pobreza



Estar pegado a la tecnología es la nueva pobreza, pobreza urbana. Y no hablo de pobreza figurativa, que podría, porque estar conectado todo el día todos los días tiene mucho de miserable. Hablo de penurias reales.

No todo el mundo tiene plata para gastar en viajes y objetos suntuosos, pero todos buscamos la forma de pagar un televisor a cuotas, un iPhone, un computador portátil. Y claro, como nos costó conseguirlos, les sacamos jugo; nos pasamos pegados a ellos.

Los lujos del pobre ya no son tirarse en el pasto o sentarse a hablar sino pasarse la vida en redes sociales, pegado a un chat. Se ha vuelto tan necesario que hasta los vendedores ambulantes tienen BlackBerry. En la vida nos la pasamos atentos al celular con full navegación, tuiteando mientras vemos realities y actualizando los estados de Facebook porque nos resulta más barato que irnos a tierra caliente de fin de semana.

Y de la pobreza física pasamos a la de espíritu. Gastamos los días hábiles frente al computador de la oficina para llegar a casa a ver porno y enterarnos de qué ha pasado en redes sociales. Una amiga me dijo que le había cogido fobia al suyo, que llevaba meses sin prenderlo. Yo era así. De hecho, antes no tenía computador y no me hacía falta; salía del trabajo y me dedicaba a otras cosas. Hoy ni lo considero; de hecho, me llevo el computador a los viajes de descanso. Creo estar convencido de que lo hago por gusto, pero qué va, se trata en realidad de una esclavitud horrible.
El internet tumbó las fronteras del mundo, democratizó la información, pero es raro porque al mismo tiempo, después de pasar muchas horas navegando, quedamos hastiados, con la sensación de que en internet no ocurre nada. Cuando mirar páginas pierde el sentido, nos pasamos a Whatsapp en busca de un mensaje que nos salve la vida.

Hay gente que no apaga el computador nunca, simplemente lo pone a dormir; yo creo que el dormido es uno. Los computadores se ven bonitos exhibidos en el almacén, pero cuando compramos uno y empezamos a darle cajeta termina deteriorado, con el teclado lleno de comida y cenizas de cigarrillo. Igual pasa con el celular, nos acostamos en la noche con él al lado, lo hemos sacado del bolsillo, que es su hábitat natural, para cargarlo en la mano. Estamos tan adictos que lo llevamos al baño, por eso oímos de tanta gente a la que el celular se le ha ido por al inodoro. Cuando eso pasa se nos va la vida por el excusado, figurativa y literalmente.

El otro día entré a Twitter y por primera vez reparé en la página de apertura, donde uno pone el usuario y la contraseña. Había una foto bellísima de un atardecer, con nubes, montañas y todo. Me dieron ganas de llorar por lo que soy y por lo que nunca seré. Me la paso encerrado en la casa pegado a la red, creyendo que así estoy conectado al mundo. La verdad es que no sé nada de él.
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Por: María Luisa Eslava

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